Octubre es el mes de la concientización sobre el cáncer de mama, un espacio para reflexionar y actuar en torno a una enfermedad que afecta a millones de mujeres en el mundo. Cada día, alrededor de 6,300 mujeres son diagnosticadas con cáncer de mama a nivel global. Aunque el enfoque médico tradicional sigue siendo crucial, es igualmente importante hablar sobre lo que yace más allá del cuerpo físico. Desde la espiritualidad, entendida como la indagación profunda de los significados de la vida y sus funciones, podemos observar el cáncer de mama como un síntoma que va más allá de la biología, una manifestación de emociones y creencias profundas que no siempre salen a la luz. El cáncer de mama, entonces, no solo habla de las células, sino de cómo son vistas —o no lo son— por el mundo, y de la relación con su propia sensualidad.
La espiritualidad y el cáncer de mama
La espiritualidad nos invita a comprender las enfermedades como una expresión de conflictos emocionales no resueltos y de un desajuste en el significado que le damos a nuestra existencia. En el caso del cáncer de mama, estos conflictos están fuertemente vinculados a temas relacionados con el cuidado, la protección, la maternidad y, sobre todo, con la autoimagen. Desde esta perspectiva, se plantea que el cáncer de mama puede surgir cuando las mujeres experimentan una profunda desconexión con su feminidad, su rol en la sociedad o su capacidad de nutrir y ser nutridas.
Muchas veces, las mujeres que han desarrollado cáncer de mama han pasado largos periodos sintiéndose invisibles o no valoradas en sus vínculos más cercanos. Pueden haber asumido el rol de cuidadoras, poniendo las necesidades de los demás por encima de las propias, hasta el punto de olvidarse de sí mismas. Este sacrificio constante y silencioso se refleja en la falta de visibilidad, de ser vistas y reconocidas por quienes las rodean. Este acto de invisibilidad, de no ser vistas, puede manifestarse en el cuerpo a través del pecho, una zona que no solo simboliza el dar y el nutrir, sino que, de hecho, está biológicamente creada para ello. Cada célula en esa área del cuerpo tiene la función específica de nutrir, proteger y cuidar, y es justamente ese el propósito primordial de las células en esta región.
Cuando estas células pierden su equilibrio o función natural, buscan desesperadamente cumplir con su objetivo original de dar vida y nutrir, pero lo hacen de una manera desordenada. Esto puede reflejarse en la manifestación física de la enfermedad, ya que cada tejido del cuerpo está diseñado para cumplir una función específica. Cuando ese tejido pierde su capacidad original o comienza a entregar una función diferente a la que realmente debería desempeñar, se produce un desequilibrio. En el caso del tejido mamario, si este pierde su capacidad de nutrir adecuadamente o se ve afectado por un exceso de funciones compensatorias (como la proliferación celular descontrolada), el resultado es la enfermedad. Este desequilibrio en la función celular puede ser visto como un reflejo de la desconexión emocional o del conflicto no resuelto que subyace en la experiencia de vida de la persona.
El correlato médico del cáncer de mama nos habla de células que han perdido su capacidad de autorregularse, pero si lo observamos desde un punto de vista emocional, también podemos hablar de mujeres que han perdido su capacidad de verse a sí mismas en su totalidad. El acto de no ser vistas, de no sentirse valoradas, se manifiesta a nivel emocional como un profundo vacío, que eventualmente puede expresarse en el cuerpo físico.
Muchas veces, el cáncer de mama profundiza aún más estos sentimientos previos, ya que en nuestra sociedad existe una sobrevaloración de lo que representan las mamas. Las mamas no solo son vistas como un símbolo de feminidad, sino también como un objeto de deseo, lo que añade una carga emocional significativa al diagnóstico. Esto provoca que el impacto emocional de la enfermedad toque aspectos de autoestima, sensualidad y la forma en que las mujeres son percibidas y valoradas por sí mismas y por los demás. Desde quienes nos ocupamos de visibilizar al ser humano como un ser funcional e integrado, entendemos que es fundamental abordar todas las aristas involucradas en un proceso de transformación como el que ocurre con el cáncer de mama. No se trata únicamente de sanar el cuerpo, sino de atender las heridas emocionales, sociales y espirituales que acompañan este proceso. Cada aspecto del ser debe ser contemplado, ya que la verdadera sanación surge de una integración profunda de todas las partes que constituyen al ser humano.
La desconexión de la sensualidad venusiana
En muchas culturas, incluida la latinoamericana, la sensualidad femenina está fuertemente reprimida o distorsionada. Las mujeres son frecuentemente juzgadas por la manera en que se muestran al mundo, ya sea por ser demasiado sensuales o, en otros casos, por no serlo lo suficiente. Esto crea una relación disfuncional con el propio cuerpo, especialmente con los pechos, que son vistos más como un objeto de deseo que como una parte integral de la feminidad.
La energía venusiana, representada por Venus, nos habla de la sensualidad, del placer y del disfrute de lo físico. En nuestra cultura actual, esa energía está desconectada, y muchas mujeres viven separadas de su capacidad de sentir y disfrutar sus cuerpos. Este es un tema importante cuando hablamos de cáncer de mama, ya que no solo se trata de un problema físico, sino también de una desconexión con la propia sensualidad y con la energía femenina.
El simple acto de tocarnos, de sentirnos, no solo desde una perspectiva médica sino desde una perspectiva sensual, puede ser sanador. Volver a reconectar con nuestros pechos no solo como un órgano que necesita ser revisado, sino como un símbolo de nuestra capacidad de nutrir y ser nutridas, es un paso fundamental en el proceso de sanación. Al hacerlo, no solo estamos cuidando de nuestra salud física, sino también de nuestra salud emocional.
Necesidad de reconocimiento y visibilización
El cáncer de mama nos invita a cuestionar cómo nos vemos a nosotras mismas y cómo queremos ser vistas por los demás. En muchas mujeres, el desarrollo de esta enfermedad está vinculado a un sentimiento de invisibilidad, de no ser reconocidas en sus roles, ya sea en el ámbito familiar, laboral o social. La espiritualidad nos ayuda a entender que la sanación no pasa solo por el tratamiento médico, sino también por un proceso de reconexión emocional y energética.
Ser vistas implica mucho más que ser observadas por los demás; es un acto de amor propio, de reconocimiento y aceptación. Nos invita a abrazar nuestra sensualidad, a tocarnos y sentirnos desde un lugar de autovaloración. Nos lleva a recordar que somos más que un cuerpo físico, que nuestras emociones y nuestras experiencias de vida se manifiestan en cada parte de nosotras, y que es nuestra responsabilidad comenzar a vernos, tocarnos y sentirnos desde un lugar de amor.
El cáncer de mama es una enfermedad que nos confronta con muchas capas de nuestra identidad como mujeres. Desde la espiritualidad, entendida como la indagación profunda de los significados de la vida y sus funciones, entendemos que esta enfermedad no solo afecta el cuerpo físico, sino también nuestra relación con nosotras mismas, con nuestra feminidad y con nuestra capacidad de ser vistas y reconocidas. Octubre es un recordatorio para todas nosotras: no solo de la importancia de la detección temprana, sino también de la necesidad de reconectarnos con nuestra sensualidad y nuestro ser más profundo. Tocarnos no solo para sanar físicamente, sino para vivirnos siendo vistas en nuestra totalidad.
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